Escribo poco, en parte por falta de tiempo y en parte porque a menudo veo que mis ideas ya han sido más o menos expresadas en algún medio de comunicación. Esta semana sin embargo estoy observando demasiada unanimidad en las condenas a la corrupción. Siento cierta solidaridad con los corruptos; ellos han hecho lo que (la mayoría de) nuestras leyes les permitían hacer, solo que como decía Napoleón “hay tantas leyes (en Francia), que cualquier hombre puede terminar en la horca”.
Corrupción, en política, sería el mal uso o
el abuso del poder público para conseguir una ventaja ilegítima. La cuestión
consiste sencillamente en el diseño de un sistema de poder en el que la
corrupción no pueda echar raíces. La solución ya está inventada: el sistema de
poder ha de ser transparente. En este sentido, España no sale del puesto número
30-40 en comparación con el resto de países del mundo en cuanto a transparencia.
Con 175 países en la lista, esto significa claramente que no estamos en el club
de los virtuosos, no hay que engañarse. Esto significa ni más ni menos, que
nuestro sistema de poder está en buena medida diseñado para facilitar la
corrupción.
Los medios de comunicación encabezados por
los políticos, centran nuestra atención sobre la corrupción de las personas,
como si fuéramos a encontrar algún día el test para detectar a aquellos individuos que
actuarán siempre según el bien común, olvidando sus
intereses personales, los de su familia y los de sus amigos. O que la presión social sobre los cargos públicos que no
actúen en pos del interés de la comunidad hará que no puedan soportar la
vergüenza del cohecho, la malversación, del tráfico de influencias, la
extorsión, el fraude, o la prevaricación.
Dejen de decir por favor, que son casos
aislados como si no fuera su responsabilidad. Ustedes no dejan de producir
leyes que nublan la transparencia y ahora nos vienen con sermoncitos sobre la
tolerancia social con los corruptos. Es decir, que la culpa era nuestra. No,
señor Presidente, ustedes han diseñado una cleptocracia, el gobierno de los
ladrones, y el sistema les funciona perfectamente. De hecho, solo unos cuantos
de ellos, los más torpes o despistados han caído en manos de la justicia y
todavía está por ver cómo terminan. El sistema funciona.
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