viernes, 20 de febrero de 2009

NUESTRO CONTROL DEL PODER POLÍTICO

Lamentablemente, en España, vivimos una dictadura de hecho. No opinan los ciudadanos, sino los partidos, estructuras jerárquicas no democráticas que solo defienden su interés. El sistema nacido lleno de prejuicios, de una dictadura, favorece la concentración del poder en una oligarquía que año tras año adormece y empobrece a la población. La primera acción que debemos acometer, es tomar conciencia de cual es nuestro nivel de indefensión.



Por lo general cualquier voto y cualquier tendencia son buenos, son dignos de respeto, porque proceden de una persona que lo único que pretende es mejorar su situación personal y la de los suyos. Da igual si es de izquierdas o de derechas, de centro, del norte o del sur. Cada voto es respetable, cada idea libre de coacción y consecuente es respetable. Podremos pensar que están equivocados, en mayor o menor medida, pero hemos de atenderlos en la misma manera que atendemos a nuestra forma de entender las cosas.

No ocurre así con los políticos. Las personas en las que depositamos el poder político y económico, están ahí, no para mejorar su situación personal, sino la de su comunidad. En algunos países son llamados “servidores públicos”. Como nadie nos asegura cuáles son sus intenciones últimas, y como es seguro que cada uno intentará mejorar su situación personal y la de los suyos, los ciudadanos hemos de dotarnos de los adecuados medios de control de estas personas. Da igual que sean de centro o de derechas, comunistas o anarquistas. Hemos de procurarnos medios de control.

Hemos de pensar de qué manera los ciudadanos controlamos los medios de comunicación. Individualmente o como grupo. ¿Podemos hacer oír nuestra opinión, podemos crear una radio, un periódico?

Tenemos que reflexionar de qué manera los ciudadanos controlamos a la justicia. ¿Podemos votar algo en relación a la justicia o al poder judicial? ¿Sus esquemas, sus órganos de gobierno, o a sus líderes?

Hemos de pensar de qué manera los ciudadanos controlamos al poder político. Y respondernos, que en España, votamos poco más que a blanco o negro. Elección tras elección sólo tenemos, en general, tres alternativas, izquierda, derecha o nacionalista. Eso es todo.

Imaginemos que la izquierda, la derecha y los nacionalistas, con el inevitable concurso de las principales fuerzas económicas, hubieran hecho un gran pacto hace ya algún tiempo. Y hubieran decidido fundar un gran teatro, mediante el cual, cada vez reducirían más nuestra capacidad de cambiar las cosas y subirían más nuestros impuestos.

Ellos cada vez vivirían mejor, y nosotros seríamos cada vez más pobres. Y cada vez más esclavos de sus decisiones, porque no tendríamos manera de cambiar las cosas. Si lo hubieran hecho realmente, y se hubieran sentado para planificarlo, alrededor de una humeante taza de café, no les habría salido mejor.

Aunque no se hubiera dado esa reunión, se debe pensar que el interés de la aristocracia política procedente del franquismo no era otro.

Hay que pensar que los aspirantes a políticos, de la izquierda y los nacionalistas, ávidos precisamente de poder, lo habrían firmado. Y hay que pensar, que para nosotros, los ciudadanos, una democracia no era más que un sistema en el que se pudiera votar. Y nosotros estábamos tan deseosos de libertad, que cuando nos dieron libertad de voto, de manifestación, de expresión, religiosa, de divorcio y aborto, creímos que por ello se podía pagar cualquier precio.

Es posible que en esta situación el poder político y económico (en manos de tan pocos en aquellos tiempos) decidiera crear un régimen cuyas vías de participación solo tuvieran cabida en unos partidos todopoderosos cuya disciplina de voto hiciera imposible la discrepancia interna. Y crearan otros mecanismos de participación en el ámbito laboral, los sindicatos, que pagados por el gobierno y dirigidos por los mismos partidos anteriores, tuvieran coincidencia de fines con ese poder.

Y crearan organizaciones no gubernamentales, cuya principal fuente de ingresos fueran las donaciones gubernamentales, a las que por tanto podían orientar el su poco probable discrepancia con el poder. Y tuvieran la clara idea, de crear bancos estatales, como lo son las Cajas de Ahorro, dirigidas por ese poder político. Y hacer un sistema público de educación, desde el colegio a la universidad, cuya supervivencia dependiera de ese poder político y sus subvenciones. Y hacer un sistema de sanidad público, también obediente al mismo poder.

Es posible que todo esto no les hubiera salido gratis y que hubieran tenido que repartir la tarta con muchos más de los que habían pensado inicialmente. Al final habrían tenido que ceder a que cada región española tuviera su propio parlamento, sus tribunales de justicia, su sanidad, su educación, habrían tenido que ceder a que cada ayuntamiento tuviera su pequeña cámara de representantes (obviamente representantes de los partidos políticos, no de los ciudadanos) con sus concejalías semejantes a ministerios, y su capacidad normativa.

Para ello habrían tenido que inventar los más cuidados métodos de esquilmación de la población y de robo legal, todo amparado por un exquisito sistema publicitario, que convenciera a los ciudadanos de que “la democracia, la justicia, la equidad y el avance social cuestan dinero”. Para ello y para dar sensación de democracia, de contraste, de libertad de elección, habrían tenido que enfrentar al pueblo, creando tensión, resucitando ideales muertos y abriendo viejas heridas.

Si esto hubiera sido así, los ciudadanos debiéramos pensar como defendernos de ese poder, y como defender nuestros intereses.

Por nuestro propio bien hemos de considerar que a los únicos que tenemos enfrente son a aquellos que tienen la capacidad de quedarse con nuestro dinero. Y son ellos los que pueden dictar normas que restrinjan nuestra capacidad de actuación y de pensamiento y contra los que nada podemos, prácticamente.

Los políticos no pueden quedar sin control. Es falsa, salvo que se pudiera demostrar lo contrario, la apariencia de unos se vigilan a los otros en defensa de nuestros intereses. Si no hay más argumentos, los políticos se vigilan unos a otros en defensa de sus propios intereses particulares.

LOS CIUDADANOS HEMOS DE BUSCAR LOS MEDIOS PARA QUE ESTO CAMBIE.

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