viernes, 25 de septiembre de 2009

DEMOCRACIA TIRÁNICA

“Así, cuando veo conceder el derecho y la facultad de hacerlo todo a un poder cualquiera, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, ya se ejerza en una monarquía o en una república, digo: he aquí el germen de la tiranía; y procuro irme a vivir bajo otras leyes”. Alexis de Tocqueville

La democracia no es el “ungüento amarillo, que todo lo cura”, y ni siquiera puede utilizarse como argumento de legitimidad. Hay democracia para todo y para todos y a veces los políticos esconden bajo el manto de la democracia, las formas más sutiles de tiranía. Aquellos que nos quieren hacer creer que esto de la democracia va del poder del pueblo y de votos y de mayorías, son los que han encontrado la nueva profecía, que les permite llevárselo todo mientras que les miramos con simpatía.

La democracia en sentido clásico es una de las tres formas gobierno de una sociedad política, la Monarquía o el gobierno de uno, la Aristocracia o el gobierno de unos pocos y la Democracia o el gobierno de todos.
La Monarquía en el sentido de Autocracia es un sistema de gobierno absoluto, en el cual el origen del poder y por tanto de la ley es la voluntad de una sola persona. Cuando esta voluntad es divina, estaríamos en el caso de una Teocracia. No hablamos aquí de las modernas monarquías constitucionales del estilo europeo donde al rey no se le deja ningún poder de hecho.

Las Aristocracias son tan variadas como la inventiva humana para dominar al vecino. Son formas oligárquicas de gobierno donde el poder está en manos de unos pocos. Desde la Plutocracia, forma de gobierno en la que el poder está en manos de quienes poseen la riqueza, la Gerontocracia, de los más ancianos, la Meritocracia, de los más capaces, los Militarismos, de los militares y un largo etcétera, hasta algo que nos suena más cercano como la Partitocracia, donde el poder del estado reside en los partidos políticos.

Hoy en día tanto las monarquías absolutas, como las aristocracias son consideradas formas dictatoriales de gobierno y han caído en el descrédito, salvo la partitocracia que goza de buena salud gracias precisamente su fuente de poder. Basta que se asigne al pueblo el origen del poder, como para que todos los males queden redimidos.

Pero esta organización del estado llamada democracia tiene muchos componentes y cada uno de ellos se puede ver con diferentes matices. Hay Democracia Directa, donde los miembros de la comunidad deciden sobre temas particulares, Democracia Representativa, donde unos cuantos elegidos por la comunidad, adoptan las decisiones en nombre de los demás, Democracia Participativa, donde las organizaciones sociales tienen establecidos mecanismos para tener influencia en las decisiones políticas. En general esto hace que las democracias sean un complejo entramado de fórmulas que en apariencia van dirigidas al control del poder político por parte de la ciudadanía y de ahí su reputación.

Pero podemos comenzar a sospechar que algo no anda bien cuando analizamos las Democracias Populares como la de Cuba o de China, donde la teoría dice que al garantizar el estado la igualdad económica y social de sus miembros, los poderes económicos privados no pueden influir en las decisiones de sus ciudadanos, pasando por alto algunos detalles como la libertad de movimiento, de asentamiento, de asociación, de reunión, de prensa, los derechos humanos, las garantías procesales y algunos otros detalles más, que sus defensores deben considerar poco fundamentales frente a la gran fórmula del sufragio universal.

Nuestra inquietud aumenta al observar como desde regímenes democráticos regulares, pueden establecerse mecanismos de blindaje paulatinos que las hagan derivar hacia modelos absolutamente dictatoriales. Todo el mundo reconoce el caso de Adolf Hitler en la Alemania de 1934, y asistimos sin pestañear al mismo espectáculo repetido hoy en día en Venezuela, Nicaragua, Ecuador, y Bolivia.

Seguimos sospechando del término, cuando en Europa cada día nos alejamos más de lo que conocemos como Democracia Liberal o Constitucional, que es la surgida en 1776 en los EEUU de América y se extendió luego con sus variaciones a la mayor parte de monarquías y repúblicas europeas y americanas.

Esta forma más bien rudimentaria de democracia, inventada por unos campesinos que no querían (1) “cambiar un tirano a tres mil millas, por tres mil tiranos a una milla”, basaba en la simpleza de sus mecanismos, el hecho de que un vulgar ciudadano pudiera controlar a sus representantes políticos.

En efecto, los componentes fundamentales de este tipo de organización que son: El Derecho de Propiedad, La División de Poderes, La Constitución y La Libertad Individual Previa al Estado, esta última que configura los derechos de expresión, asociación, prensa, la pluralidad de partidos y el derecho de voto. Todos estos elementos están siendo diluidos o sustituidos en nombre de los más altos ideales, por otros que suenan igual, saben igual, huelen igual, pero son en los más de los casos, exactamente conceptos opuestos.

Esta ecuación tan simple, que por su naturaleza tiende al Estado Mínimo, surgida para luchar contra el absolutismo y trabada en las raíces del hombre occidental, está perdiendo fuerza de forma inexplicable en su área natural de influencia gracias a la devaluación progresiva del significado de sus conceptos clave y la sustitución por sinónimos extraídos del ideario revolucionario francés y más tarde hegeliano y marxista o comunista.

Lo que hoy día gana fuerza de forma constante en Europa mientras que esta se hunde cada día más como conjunto, en su realidad de potencia de tercer orden, frente al continente americano y la emergente zona asiática, es sin duda la Social Democracia.

La socialdemocracia ha logrado la aceptación general de esas fórmulas citadas antes que aparentan conceder el control del poder político a la ciudadanía. Cuando se miran no obstante, con algo de distancia la cuestión parecer ser absolutamente la opuesta, es decir, que se han convertido en un complejo entramado de fórmulas dirigidas a que la ciudadanía no tenga ninguna posibilidad de controlar el poder político y sin embargo los políticos puedan ejercer un control inmediato y totalitario sobre los individuos.

Bajo el manto tutelar y complaciente del vocablo democracia, no sabremos como llamar a esto, si democracia tiránica o tiranía democrática.

(1) De la película “El Patriota” dirigida por Roland Emmerich

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